viernes, 3 de enero de 2014

Círculo de silencio de enero

Recientemente hemos conocido las estadísticas del paro en España. Afirman que 2013 acaba con  140.000 desempleados menos que el año pasado. Y es verdad. Lo que no dicen es que la mitad son baja en el INEM porque se han ido fuera de España, y del resto muchos no figuran porque ya no tienen prestación ni ayuda que cobrar y han perdido la esperanza de encontrar un empleo.

ESPERANZA. De eso queremos hablar hoy.

 La esperanza es lo que mueve a una familia. Los hijos por alcanzar una vida digna, los padres por que sus hijos la alcancen.

La esperanza mueve al africano a saltar vallas de seis metros, con cuchillas, con policía violenta del lado marroquí, con un estado implacable del lado español. La esperanza lanza a nuestros hermanos en pateras, botes hinchables y cayucos a un mar en calma o embravecido porque la alternativa es mucho peor. La miseria que viven en España es a veces mejor que lo que viven en sus países. Quizá sea cierto. Aunque puede que únicamente por evitar a sus familiares la estampa de ver a un joven en paro. Aquí en España no los ven deambular por las calles, abrir los contenedores en busca de algo que les aproveche de alguna manera. Si es verdad que nuestra miseria es peor que lo que vivían eso no debe consolarnos ni acallar nuestras conciencias. No es suficiente.

La esperanza levanta de la cama cada día a la maestra, se cuela en la bata del médico, en la toga de la abogada, se queda impregnada en el mueble del carpintero, viaja del monedero a la caja y de la caja a otro monedero. Sube en taxi, espera al autobús, aguarda paciente en los aeropuertos, en las salas de espera de los hospitales, en las iglesias, sinagogas, mezquitas y demás templos.

Pero a veces la esperanza se agota o escasea. Lo podemos ver en las calles, en los ojos de nuestros vecinos y vecinas, en las noticias que no hablan de nosotros, en las comisarías, en las puertas de los supermercados, en los barrios a los que no solemos ir… Si no estamos atentos a estos signos, si no frecuentamos estos lugares vivimos una realidad incompleta y por lo tanto irreal, mentirosa.

Si ya no somos ciudadanos, sino consumidores, si ya no somos vecinos sino clientes y tenderos, si ya nos somos hermanos sino españoles o extranjeros, gitanos o payos, de mi barrio o del otro…, entonces ha llegado el momento de guardar silencio, reflexionar y plantearse en qué nos estamos convirtiendo.

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